Llegando a El Salvador

Llegando a El Salvador
Silvina Gernaert Willmar*
* Cooperante en Desarrollo Local Transfronterizo, Funde (El Salvador)-Progressio (Reino Unido) 2004-06.


Cuanta expectativa guardada en aquellas semanas previas a la partida desde Londres, ciudad que me cobijó en el camino de la transición durante ocho meses desde el sur al centro del planeta... Salir de mi tierra natal, en el sur del sur, y llegar al norte del norte, para arribar a la delgada pincelada de tierra continental que une al maravilloso continente Americano... Estrecha y delgada tierra, pero amplia en espíritu y cultura, con sus mitos y leyendas, su hechizo y fascinación...

Todos los abrazos, consejos y deseos de mis amigos y de la inductiva semana de orientación de cooperantes antes de la despedida de las tierras frías del norte... Dejé detrás a los coordinadores de CIIR en Londres y a una partecita pequeña pero muy representativa de mi familia en custodia de mis pocos objetos preciados... Partí un 19 de julio con unas enormes maletas cargadas de emoción, entusiasmo, recuerdos y un sin fin de objetos, amuletos y fetiches que uno lleva por la vida, para sentirse que está siempre en casa, pero también con la mente abierta, permeable, transparente donde pudiera empezar a escribirse una nueva historia de cooperación sin fronteras. Y cuando llegué al aeropuerto, me invadió una ola de calor, un sudor que hacía tiempo no sentía, que me envolvía y casi no me dejaba mover, y empapada en gotas empezó a caer una lluvia torrencial capaz de inundarlo todo y llevarse a su paso a los más desprevenidos... Fue entonces el encuentro con la cálida figura de los emails consejeros que durante los meses previos, con paciencia y dedicación habían desasnado mis dudas más ridículas y mis inquietudes más sinceras... Que alegría poder ver su cara y saber que allí había un rostro amigo que tanto estaba esperando... Era Carmen Medina, la coordinadora de CIIR en El Salvador...

Fue el día mas largo de mi vida, no sólo por la diferencia horaria, sino también por la ansiedad de descubrir un nuevo mundo. Y obviamente las cuestiones técnicas, como el extravío de una maleta y la futura llegada de unas cajas me trajeron rápidamente a la realidad, la otra, la de los papeles y sellos, fotocopias y documentos que también se traen escondidos en las maletas. Y luego de un pequeño descanso, empezaron mis ojos a abrirse y mis oídos a destaparse y a conocer y a mezclarse los nombres, los lugares, la gente; mucha información que no quería perderme, y que desesperadamente quería atrapar en un instante... Visitar los otros proyectos de CIIR, conocer a los otros cooperantes, compañeros de aventura en estas tierras, y ser llevada a conocer el país, atravesándolo de oriente a occidente, del sur al norte, a tan frenética velocidad como mi primer viaje en bus, sin frenos en las curvas, que solo logró motivar mi curiosidad por ver cada rincón en detalle. Y el calor siempre presente...

Comenzó mi vida en la ciudad de San Salvador, conocer sus calles, sus nombres numerales con orientación al sol, y como a toda novata, me tocó la dicha de perderme, porque dicen que así se aprende y se sobrevive... Y el calor siempre presente... Caminar sus veredas, estrechas y casi abandonadas, familiarizarme con sus comercios, bares, cafés, restaurantes... Comenzar a formar parte de esta aldea que se extiende a los pies del volcán que lleva su mismo nombre y que silenciosamente nos contempla... Pero lo más pintoresco ha resultado la aventura cotidiana de viajar en los desafiantes buses que en medio de humaredas se lanzan en caída libre por la ciudad a toda velocidad, a toda bocina, abriéndose paso en cada cuadra... Sus colores poco los diferencian unos de otros, solo un numero fileteado los distingue... Sus paradas, sus recorridos son errantes y azarosos, de forma circular, sin principio ni fin y supeditados a la posibilidad de que con gritos casi ininteligibles, gestos, miradas y aproximaciones tratan de cautivar a los que pacientemente los esperamos para que nos subamos a su desvencijada estructura...

La gente que habita este maravilloso suelo es cálida y amable, tranquila, pausada y paciente, a lo cual debo someterme en mi acelerada prisa sin causa que llevo desde mi cuna... Me siento como en casa, hablando en este dialecto propio de ciertos países americanos en los cuales ha persistido el “vos” como la forma más cercana y afectiva de comunicarnos...

Los sabores son bien distintos, y han aparecido en mi vida de despistada un sin fin de frutos nuevos que con ansia y desafío trato de saborear y distinguir... Y de sentir al maíz (elote) y sus maduraciones, a los porotos (frijoles) y sus colores... Aún me hallo incursionando en la gastronomía y me falta mucho por descubrir...

Las lluvias lentamente me han dado la bienvenida y de a poco las tormentas han mostrado su energía y fuerza... El cielo se ilumina y cruje, las paredes tiemblan, y rápidamente se forman arroyos que recorren la ciudad a través de sus quebradas y calles... Las plantas gozan de esta agua y como decía El Principito, “casi se las puede escuchar crecer”... Y el calor siempre presente... se aferra a no abandonarnos y aunque insinúe alejarse, rápidamente regresa para instalarse y demostrar que él reina en este aire... Sé que de a poco mis actividades como cooperante me llevarán y me permitirán ir conociendo muchos lugares de este país que tan gentilmente me dio la bienvenida... Es una dicha, para quien es viajera de alma y le encanta conocer otras culturas, meterse en ellas, camuflarse y ser parte de ellas aunque sea por un segundo temporal...

Me despido, sintiendo la alegría interna de que lentamente voy siendo parte de este sitio y su gente, instalada en una bella casita, recorriendo sus calles, resguardándome de la lluvia, aferrándome a las barandillas de los veloces buses, probando sus comidas y agradeciendo la posibilidad de vivir una experiencia enriquecedora... Hasta pronto...